Capítulo X
Una fiesta con sabor amargo.
“Día 145 después de la victoria. El mal tiempo deslució los festejos de los primeros cien días de la presidencia de César Augusto García Tejedor. Al menos aquí, en la capital y en toda la parte oriente del país, la irrupción de un huracán que a la postre terminó en tormenta tropical provocó una lluvia constante. Situada a menos de 200 kilómetros de la costa, en lo alto de las montañas, la capital suele vivir entre las nubes, humedecida casi todo el año, fantasmal –han dicho algunos -, llena de espectros. Cuando irrumpen en el litoral los huracanes y las tormentas, la capital deja de ser acariciada por ese rocío benévolo y es azotada por lluvias torrenciales. Tal fue el caso, desafortunado, de este día dedicado a festejar los primeros cien días – o 145, si se mide desde el triunfo en las elecciones- de la gran marcha hacia la esperanza. Una nueva era, dice la propaganda oficial como si viviésemos una epopeya. No es cierto. En todo caso, se trata de una epopeya con aroma a podredumbre…¡Qué engañados estábamos!, ¡qué engañados seguimos!…El gobierno de García Tejedor, que habíamos imaginado luminoso, alegre, revitalizante, parece ahora viscoso, enfangado. La vida no es mejor. Los salarios son más elevados pero compran mucho menos que antes, la crispación social en lugar de disminuir se agudiza y se vuelve más amenzante, de la intemperancia verbal y retórica hemos pasado a una especie de guerra sorda, subterránea, en la que no se hacen concesiones al enemigo. Un rehén tomado es un rehén ejecutado.
“Fundo estas opiniones en mi propia experiencia, que tal vez no pueda generalizarse.
“Lo peor, la corrupción extrema, ha sido que cada día tengamos que hacer un esfuerzo sobrehumano para negar la realidad circundante y repetir, como autómatas, las consignas. García Tejedor dibuja – en sus famosas charlas con el pueblo a través de la televisión, donde invariablemente termina con la cursilería de que “amor con amor se paga”- un mundo fantástico que no se corresponde con el que vivimos. Por toda respuesta a nuestras perplejidades recibimos amenazas abiertas o veladas. Señalar corruptelas o siquiera tener alguna duda sobre los supuestos logros de la gran marcha (¿o la gran farsa?) de la esperanza, basta para que uno quede inscrito en la legión de los derrotistas que atentan contra los anhelos del pueblo.
“Sí, estoy deprimido. Escribir estas palabras, que no deben ser difundidas por ningún motivo, sólo es una catarsis, un alivio para no sucumbir a la demencia de sostener todo el tiempo las mentiras consoladoras (“vamos por el camino correcto”, “hemos cortado los amarres que impedìan nuestro progreso”, “los tropiezos no son tales, sino añagazas de los enemigos”). Fuera de este espacio de crudas confesiones, de este diario al que acudo como desahogo, conservo el talante políticamente correcto, me comporto como fiel soldado de la gran marcha hacia la esperanza.”
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